martes, 31 de julio de 2018

La obra maestra que no pudo ser

'Blade Runner 2045' tiene, a priori, un gravísimo problema, a saber, que es una película total y absolutamente innecesaria. En tanto en cuanto se titula 'Blade Runner'. Si se titulase de otra forma, si en lugar de 'replicantes' se llamase con cualquier otro nombre a los 'replicantes' y si en fin, no se partiese argumentalmente de algo que supuestamente podría haber pasado tras el final de la 'Blade Runner' original, no tendría ninguna necesidad de decir nada de esto. Pero, milagrosamente y a pesar de todo ello, la película tiene una entidad propia que (de acuerdo) sale de la primera película, pero se emancipa al poco de comenzar.



Bienvenidos a 'Laconic City'


Quizás lo que sucede es que no añade nada nuevo, y es más bien un homenaje descarado, y además Villeneuve se regodea en lo visual cuando realmente podría haber rodado lo mismo en mucho menos metraje, lo cual producirá bostezos a los impacientes, pero fascinación y rendición total a los que aman este arte de imágenes. Porque sí, la historia se puede ventilar en menos, y de hecho Ridley Scott, por otro lado un esteta casi fundamental, cuenta la primera historia con menos parsimonia, quizás porque pasan más cosas, cosas que no se habían contado antes en una pantalla. Pero por eso mismo, aquí Villeneuve no quiere descubrir la rueda sino conquistar al espectador a base de una majestuosa combinación de imágenes y música descomunal.


Reminiscencias que no se esconden


El amor de plástico también es amor. Villeneuve no abandona los viejos temas.



No podemos olvidar que sí, aquí no se añade nada, pero tampoco hay nada que esté de más. Si acaso, el único pero que puede ponérsele en lo narrativo son ciertos flashbacks de ese tipo que llegando al final se nos muestran para recordarnos algo que pasó antes, que tendra que ver con algo que va a pasar en este momento. Un recurso cutre para espectadores perezosos. Lo peor de eso es que casi, casi arruina el final. Aunque no lo logra del todo, porque ese final, que se saca de la manga Villeneuve, ese final, es maravilloso.




      

Es una pena que antes de esta haya una 'Blade Runner' que es una obra maestra. Este Blade Runner merecería considerarse, también, como tal.


Camino de la Verdad y tras la Leyenda

lunes, 29 de agosto de 2016

Data, el androide ¿sin emociones?



Data, el androide de "Star Trek La nueva generación" ¿tenía verdaderas emociones? No se trata, como pudiera pensarse, de una discusión friqui para trequis o para chalados de la ciencia-ficción. De alguna manera creo que puede ser interesante como oposición a muchas nociones comunes que están establecidas cuando hablamos de la "condición humana". Intentaré discutir algunas de esas nociones.


Data y la expresividad humana

El tema de la expresión de emociones, como tema científico, lo trató Charles Darwin en su libro "La expresión de las emociones" de  1872, que algunos consideran como la obra fundacional de la etología. En él se interesaba por explicar cómo hombres y animales (por lo menos algunos pájaros y mamíferos) mostraban reacciones emocionales -y en ocasiones sin mucha diferencia entre especies-.

Más tarde, William James en 1884, propuso una teoría de las emociones que resumió de la siguiente manera: "No lloro porque tengo pena, sino que tengo pena porque lloro", conocidísima frase que expresaba la primacía de la conducta objetiva sobre las reacciones psicofisiológicas, frente a lo establecido por Darwin, quien pensaba justamente lo contrario -y que de hecho es la creencia más común hoy día-.





Parecería entonces que Data encajaría mejor con la concepción casi-conductista de James, antes que con la idea más establecida entre la gente corriente de Darwin. Porque nuestro androide desde luego es realmente expresivo, tanto en sus muecas faciales, como verbalmente, como en general en cuanto a su propiocepción. Sin embargo cabe oponer una objeción al parecer muy fuerte: Data, al contrario de la frase de William James, no puede llorar, ni porque tenga pena a priori, ni porque la tenga a posteriori. Cabe preguntarse entonces si Data puede tener "pena".


Data y la subjetividad

 ¿Qué es tener pena?¿qué es lo subjetivo? No nos alarmemos ni nos preocupemos, ni se me ocurre entrar en estas preguntas a fondo, no obstante podemos ver por encima ciertos aspectos que pueden ser interesantes. Por ejemplo, que ni lo subjetivo ni la pena -como un "estado" suyo- son entidades "internas". Si dijera eso tendría que suponer la existencia de una "interioridad" y después identificar el lugar de dicha interioridad, que más o menos es lo que dijo Descartes en el siglo XXVII, que hay un sitio donde se aloja nuestra interioridad. De alguna manera es una idea que ha subsistido y que los filósofos y científicos recientes han intentado superar de distintas maneras. Por ejemplo, volviendo a William James, él era partidario de la correspondencia entre estados mentales y estados bioquímicos del cerebro. Es lo que en el siglo XX el filósofo Mario Bunge postuló como "emergencia", a saber, que de las propiedades del cerebro, por su complejidad, emergen otras distintas pero relacionadas con las anteriores, que serían propiedades mentales.

Nunca entendí bien el emergentismo, y la verdad es que sigo sin entenderlo. A mi parecer lo que hace Bunge es interponer una "equinidad" entre cuerpo y mente, es decir, que a la manera de Avicena lo que estaría haciendo Bunge sería multiplicar los entes innecesariamente, contraviniendo el principio de la navaja de Ockham 
Dicho de otra manera, es como si para responder a ¿qué es lo subjetivo? dijéramos "es aquello de lo que se predica la subjetividad". No hemos respondido y para más inri hemos añadido una incógnita más a la cuestión.

La cuestión con Data es, en principio, más sencilla, porque Data tiene un programa -o bueno, en realidad funciona según muchos y variados programas-. Eso quiere decir que en él no resulta ya que de su cerebro positrónico se prediquen propiedades lógicas emergentes, sino que esas propiedades están de hecho en el cerebro. Es muy distinto porque en el cerebro humano no hay un programa previo almacenado en su contenedor físico. Un cerebro humano es algo opuesto en muchos sentidos a un cerebro electrónico -incluso a uno hipotético y ficticio como un cerebro positrónico-. La subjetividad en Data, sin embargo, existe, aunque tenga otras cualidades y propiedades a la de los humanos. Sin embargo hay algo que la define de manera parecida a como podría definirse la subjetividad humana: la conciencia.






Data y la Conciencia

Data tiene conciencia y tiene subjetividad, y quizás con sólo esto bastaría para afirmar que su expresividad es genuina, y genuinamente "emotiva", y no un resultado de una programación ad hoc, pero, ¿qué es la conciencia? Otra vez nos metemos en camisas de once varas.

Pero vamos a ver, tampoco hay que ir tan lejos con tanta abstracción. Muchos animales poseen emociones y no conciencia. Creo que nos hemos sobrepasado por el camino de la subjetividad. De todas formas cabría postular a Data como un ente contradistinto de algunos animales: posee conciencia mas no emociones, aún las más primitivas. No es un autómata, desde luego, como no lo son los animales (tesis de Gómez Pereira y Descartes después). Entonces ¿por qué no tiene emociones?¿no las tiene? Veamos, así define Data la amistad



Es clarificador. La amistad no es tanto una respuesta emocional como un "sentido de la costumbre", de tal manera que al acostumbrarse a estímulos, en su ausencia Data los "extraña".
Esto nos remite inmediatamente a William James. Porque ese "extrañamiento" proviene de una estimulación externa, y por tanto existe en Data un determinado estado "interno" -podríamos considerar que hay una alteración en su programación, y que su programación no es estática, por lo que hay cambios de estado en ella- que no había antes y que acaba incorporando a su propia vida.
Cabría añadir que, siguiendo los postulados de Maurice Merleau-Ponty y otros fenomenólogos, de ahí sale la conciencia de Data, porque el androide es capaz de superar su programa inicial a partir de sus experiencias vitales y de su interacción con su entorno. La conciencia no estaría entonces en la interioridad, sino que viene de fuera, incluso en el caso de Data, aún cuando él parta de un programa inicial. Data tiene conciencia de sí mismo, subjetividad, y por tanto experimenta ciertas cualidades que podrían analogarse a nuestras "emociones" por cuanto él es un ser sentiente, lo cual no lo convierte en humano, como sería su sueño, sino en alguien distinto, en un ser artificial capaz de desarrollar cualidades humanas. De ahí que Data sea único y maravilloso.







jueves, 24 de marzo de 2016

Daredevil, entre Jesucristo y Sam Spade





 Daredevil es como Batman, pero como más de andar por casa. Él no protege exactamente a una ciudad, sino especialmente un barrio, Hell's Kitchen, que es tan oscuro y malvado como Gotham, sólo que tiene la ventaja de existir de verdad. Hell's Kitchen es hoy día un barrio muy distinto, ya no alberga en él lo peor de la sociedad, las gentes de baja estofa, delincuentes, prostitutas, etc... pero entre pitos y flautas se ha desarrollado una mística interesante en torno a él.

  Por ejemplo, es el barrio al que llega Vito Corleone directamente de Sicilia. De él sale uno de los personajes de "El Manantial", la novela (posteriormente película protagonizada por Gary Cooper) de la intelectual libertariana Ayn Rand. También es el lugar en el que creció Frank Miller... Frank Miller. Frank Miller (guionista de algunos de los mejores comics hechos) es el responsable de una cosa importante con respecto a Daredevil. Porque le añadió un trasfondo muy potente del que carecía. Por un lado su catolicismo moral, y por el otro... ¡Hell's Kitchen! No es que Matt Murdock no viviese en dicho barrio en sus etapas anteriores, pero sin duda nunca se le obsequió con un contexto un poco más rico que el de "mataste a mi padre, prepárate a morir", parafraseando al gran Íñigo Montoya. Y claro, de Hell's Kitchen al mundo, porque poco sería si la cosa se quedase en un asunto de repercusiones locales. Sin embargo, este Daredevil aspira a la universalidad.
 Su catolicismo le ayuda (catholicós en griego significa universal, además Matt Murdock es de origen irlandés); por ejemplo, su mayor aventura/desventura, Born Again, está planteada como una analogía del Via Crucis de Jesús de Nazaret. Ni más ni menos. Muy al pelo ahora que estamos en Semana Santa; porque ¿de qué va todo eso del Via Crucis? bueno, pueden vuesas mercedes leer el Nuevo Testamento; pero si son laicistas pueden leer Born Again, que viene a decir algo parecido.



Daredevil es como Sam Spade, el detective privado creado por Dashiell Hammett, pero enfundado en mallas rojas en lugar de en gabardina y borselino; pero a la vez es como el Jesús redentor, un mero hombre que carga con los pecados de (Hell's Kitchen) la humanidad por la vía de liarse a sopapos con los peores criminales que pueda haber (mafiosos, asesinos, yakuzas, etc.) en lugar de por la vía mística, a pesar de que para creerse el relato de cómo consiguió su superoído haya que echarle fe al asunto. No obstante, lo bonito del personaje es que, oído al margen (la cuestión es que por mucho superoído que tenga, la ceguera no se la quitaron) es un mero hombre, pues los sopapos que reparte los da por sus mínimas fuerzas humanas y no porque unos rayos cósmicos lo convirtieron en una burra parda, o en lo que sea (en lo que super-sea). Lo que hace que su labor redentora sea más cuestionable aún, no tanto en lo moral como en lo práctico. Aunque es verdad que el tipo se limita a su barrio, lo que pasa es que sus oponentes son fenomenales, por lo menos en la versión de Frank Miller en los comics.

  Pero he dado un rodeo terrible, con perdón. Yo lo que quería decir es que todo esto y más puede verse en Marvel Daredevil, la serie de Netflix sobre el personaje.
Y no es que Netflix me pague por hacerles propaganda, es que de verdad estoy entusiasmado con el traslado del personaje a la televisión (televisión/cine, pues la factura del producto es más cinematográfica que otra cosa). Y sobre todo, porque lo que han trasladado es al personaje ambiguo, atormentado pero moralmente recto e incorruptible, que pasa las noches escudriñando los peores rincones de Hell's Kitchen, los días intentando ayudar a sus convecinos como attorney-at-law, un modesto abogado de oficio, y cuestionándose constantemente las nociones de Justicia, Bien y Mal, etc.





domingo, 11 de octubre de 2015

Max, el héroe nunca descansa

El viejo Max, de padre y marido virtuoso a leyenda post-apocalíptica





Ayer ví Mad Max: Fury Road, que es como un remake de las películas originales hechas en los años 80. De hecho las películas originales eran una especie de remake unas de las otras, salvando Más allá de la Cúpula del Trueno, que es como la rarita de la familia. Mi teoría a estas alturas es la siguiente:

-Mad Max, la primera película, es una maravilla distópica que pronto se convierte en un drama para acabar como una historia de venganza en plan gran guiñol. Aunque suene raro es la más violenta y cruda de todas.
-La segunda, El Guerrero de la Carretera, pasa de la distopía al Apocalipsis. Parte de la hipótesis de que ya no existe lo político como tal y que todo lo que hay es como un retroceso al salvajismo, tal y como los primeros antropólogos describían las primeras etapas del hombre en su existencia. Rehace la estética de la primera película y aunque sea más espectacular es menos realista.
-La tercera película, Más allá... culmina el camino hacia la estilización estética de la violencia y se nos presenta prácticamente como un relato mitológico, de tal manera que del original Max Rockatansky, el hombre de familia y policía observador de la ley ya no queda nada; ha entrado por fin en el terreno de la leyenda que se insinuaba en la segunda película, pero ahora del todo, porque cuando se encuentra con los niños éstos lo toman por una figura numinosa que se habían inventado a partir de ciertas reliquias del mundo pre-apocalíptico.

En pocas palabras, Mad Max, la trilogía original, es la expresión consciente del proceso de creación de los héroes mitológicos, lo cual es muy raro cuando uno ve la película original y no se fija bien. Porque, de hecho, ya en esa primera película se insinuaba que Max podía ser empleado como figura heroica para que el pueblo tuviese cierta confianza en el tambaleante sistema pre-explosión atómica.

Y entonces, esta nueva película de Mad Max ¿qué es?¿cómo encaja dentro de la vieja trilogía?¿qué aporta de nuevo?

Bueno, pues en mi opinión es la suma, ni más ni menos, que de las tres películas originales. Porque incluye la distopía en esa civilización naciente comandada por el estrambótico Inmortan Joe, aunque invierte la relación de fuerzas, porque ahora es el malo, por así decir, quien ocupa el lugar del poder, mientras que en la película original eran los policías, que se suponían los buenos (aunque tampoco es así del todo, porque la virtud de la película original es que tanto policías como moteros locos estaban constantemente en torno a la fina línea que separa bien y mal, siendo esto el motor de la dramaturgia de dicha película). También tiene los elementos clave de la segunda película, la supervivencia y el carácter necesariamente social del hombre para lograrla; y finalmente incluye los elementos religiosos de la tercera película, en ese extraño culto fanático donde los fieles van al Valhalla al morir, nada menos.

Lo que tiene de nuevo es que ahora George Miller puede permitirse hacer poética, pero bien a lo bestia. No es que no la hubiera en la trilogía original, la había y a chorros, pero ahora con todo ese material previo en sus manos ha podido condensarlo todo de una manera sorprendentemente efectiva.
Por ejemplo, algo que ya había que era unos personajes arquetípicos muchas veces, ahora les da la vuelta de manera sensacional, y ya no es Max el macho alfa sino Imperator Furiosa... ¿y qué sabemos de esta mujer de armas tomar? Todo lo que necesitamos saber te lo cuenta en tres líneas y en menos de un minuto. Y lo cierto es que no hace falta decir ni una palabra más ni añadir un minuto más de imagen. Este es otro aspecto que lleva al límite la nueva película. Si las originales eran lacónicas espera a ver esta.
¿Quiere decir esto que no haya argumento y que no se digan cosas como he tenido la desgracia de ver en comentarios por Internete adelante? Hombre no, por Dios. Es que todo lo que pueda contarse está contado con la imagen, ese vieja forma de narrar que, al parecer, resulta tan impermeable al público del siglo XXI.

En resumen, lo que vengo a decir con tanta prosopopeya y circunstancia; perdón por ello si es que hay que perdonarme; es que aunque cada una de las tres películas originales son buenísimas y no envejecen ni a palos, esta ya no es que no les vaya a la zaga, es que puede que sea a partir de ahora la película que haya que recomendar ver cuando le pregunten a uno por esta saga.
Lo único que yo quisiera ver, ahora que parece que George Miller parece que va a hacer otra trilogía, es al viejo Max Rockatansky descansar de una vez. Le tengo cariño al pobre, ser un héroe es duro de narices. No tienes familia, ni amigos... si haces alguna nueva amistad tienes que abandonarla... George, se que me estás leyendo, por lo que más quieras, dale al viejo Max un final feliz y el reposo que se tiene bien merecido. Pero eso sí, por el camino espero que no decaiga el nivel, aunque el listón esté pero que muy alto.



El nuevo Max, héroe anónimo sin futuro conocido, pero tan Max como el viejo

viernes, 25 de septiembre de 2015

Walden Dos, Skinner y bichejos homínidos y no homínidos



En segundo de B.U.P. teníamos una asignatura de filosofía. Nos daban a elegir leer entre tres libros, que recuerde "El guardián entre el centeno" de Salinger, "El señor de las moscas" de Golding y "Walden Dos" de Skinner. Yo elegí el último sin saber de qué iba por el mero hecho de que el resto de los compañeros de clase se distribuyeron entre las otras dos elecciones (no se de dónde me viene esta actitud de contreras pero parece que no vino después de leer a Gustavo Bueno, quien siempre dice aquello de que pensar es pensar contra alguien). El caso es que fue una lectura de provecho y recuerdo que, al exponerlo en clase, la profesora (que era del Opus Dei) me insistió mucho en el tema de la libertad que Skinner niega en el libro. Pero en fin, esto no es la cuestión. 

A lo que iba es que ese fue -y es- un libro imprescindible para mí, necesario, pero que al mismo tiempo me hizo inclinarme por ciertas ideas mecanicistas. Tanta insistencia de Skinner con la objetividad hizo que durante años incluso creyese con fuerza que estaba negando la existencia de cognición por el hecho de no ser observable. En realidad no es raro, he tenido la desgracia de leer artículos e incluso manuales que, al tratar del condicionamiento operante, incurrían en esa misma confusión, lo que me hace sospechar que las cabezas de muchos académicos no están para muchos trotes. Pero, como se me hizo evidente después, lo que Skinner negaba en el plano gnoseológico, no lo negaba en el ontológico

Pero dejemos los desbarres filosóficos. O bueno, no los dejemos, volvamos al mecanicismo que es por donde yo quería ir. En esos tiempos yo tenía una acusada vena cartesiana y creía poco más que los animales eran máquinas. En realidad podría decirse que pensaba algo parecido de los animales humanos, por lo dicho de Skinner, claro. Esto es interesante porque quiere decir que gracias a la centrifugación que obró en mí "Walden Dos" puedo decir con "orgullo y satisfacción" que no caí en las garras del así llamado "humanismo". Y eso porque bichos humanos y no humanos estaban igualados para mí, aunque fuese en igualdad de ausencia de mente. 
A día de hoy creo justamente la inversa. Todos los bichos somos iguales en cuanto a que tenemos "mente". Por lo menos los bichos con un sistema nervioso complicadito. Esto es lo que nos han demostrado los etólogos (Skinner en su día se dio sonoros bofetones con ellos, bendito sea) por lo menos. Ahora bien, la particularidad de mi skinnerianismo galopante es que no sólo me alejó del humanismo, sino que ahora me mantiene alejado también del no menos bobalicón "animalismo"

sábado, 19 de septiembre de 2015

Dinero




Dice el gran Randy Newman en It's Money That I Love, que es la canción de aquí arriba, que 

" I don't love the mountains
And I don't love the sea
And I don't love Jesus
He never done a thing for me"


y luego añade

" Used to worry about the poor
But I don't worry anymore
Used to worry about the black man
Now I don't worry about the black man
Used to worry about the starving children of India
You know what I say about the starving children of India ?
I say, "Oh mama""


lo cual expresa elocuentemente las siguientes ideas sobre el dinero, a saber, 
a) su carácter concreto e idiográfico, frente a lo abstracto; por eso dice que ni las montañas ni el mar ni Jesús han hecho nada por mí. Siempre se dice, de hecho, que el dinero es una cosa materialista frente a los espiritual y trascendente. Pero en fin, que le den a lo espiritual. No vamos a creer ahora en fantasmas (a la porra con Iker Jiménez)
b) Vuelve hipócritas a las personas. Por eso lo de "solía preocuparme por los pobres y los negros y los niños hambrientos de la India". Y su pensamiento ante por qué ya no es así la cosa es "Oh mama". Vamos, que para qué pensar en nada más cuando uno tiene solucionado el problema del peculio. Sólo se puede decir cualquier cosa como porrompompero, chiripitifluzoico o berberiscopulación.

Pero qué pasa con el dinero, qué demonios sucede. Pues que es necesario por una parte, y por otra lo es para dejar de serlo. Paradojas de la vida. Lo que es espantoso es lo siguiente: que nos engañamos muchas veces pensando que por ser necesario todo se reduce a él. Y que todo se soluciona consiguiendo algo de dinero para poder gastarlo (es que el ciclo económico es así de caprichoso y dialéctico, el muy hegeliano) para poder conseguir más y blablabla

Sinceramente, creo que llevo varios años, los de la legislatura de Rajoy por lo menos y el final de la de Zapatero, sin oir más cosa de boca de los políticos que asuntos de dinero. Porque la crisis, que es su monopolio ideológico, es cosa de dinero. Bueno, ¡pues un cuerno! Hay una crisis territorial española de órdago, y no es cosa de dinero (aunque al respecto a Arturo Mas no se le oye hablar casi más que de dinero, otra vez) Llevan cien años por lo pronto con la misma cantinela. Los que van de Cambó a Mas. Curiosamente los que tenían/tienen dinero eran/son los catalanistas, lo cual nos dice que incluso en política hay asuntos que no son cosa monetaria, aún cuando esos señores quieran convencer a sus conciudadanos que tienen razón con algunos argumentos monetarios. Precisamente porque saben que la plebe "para ser feliz quiere un camión" y no monsergas (aunque luego las monsergas se las tragan igual).

Pero en fin, esa es también la cuestión, que si el dinero da la felicidad vamos a estar dándole vueltas al tema sin parar porque naturalmente, hay que ser feliz por decreto. 
¿Por qué nadie crea el partido anti-feliz si no? Sería un partido muy Randy Newman y eso es bueno.
Me he propuesto por lo tanto, como imperativo moral, ser lo menos feliz que pueda y despreciar el dinero por completo (como si tuviera). En plan franciscano, como San Buenaventura, quien despreciaba el dinero y consideraba a los prestamistas como usureros porque "vendían tiempo".

jueves, 17 de septiembre de 2015

Felicidad

Decía Loquillo que para ser feliz quería un camión, dándole la razón a Goethe que decía que la felicidad es de plebeyos porque éstos lo que ilusionaban eran cosas que mejorasen su estado de pobreza, cosas mundanas como un camión por ejemplo. La ilusión es una cosa como de tronista de MHYV que ilusionan con ligarse a una poligonera, en la tele eso sí. No se sabe bien si ansían el amoor o el salir por televisión como Ana Blanco que lleva 25 años sin envejecer. Yo por lo menos tendría la ilusión del secreto de la eterna juventud como la mentada, o como Jordi Hurtado. No se si eso me hace menos plebeyo, pero seguramente me hace más tonto. El caso es que la ilusión es eso que se deriva de la tautología sujeto=sujeto del comentado aquí anteriormente Tetens. Es el idealismo trascendental. Y de ahí se deriva también la felicidad, pero no la de Loquillo y Goethe sino en abstracto a palo seco, es decir, la que me daría a mí ser eternamente joven. Bueno, no es que sea viejo exactamente, o madurito, aunque todo eso es relativo. El caso es que esa es la felicidad que hace tonto. Los tontos de verdad son más listos porque quieren para ser felices un camión o algo que se tercie que sea cuerpo tridimensional perceptible por nuestros sentidos. Nada de las bobadas cartesianas del pienso-luego-existo. Por eso esto de la felicidad es un arma de doble filo. Si uno se la plantea a la tremenda debe pensar si está realmente en sus cabales, coger los libros de Paulo Coelho, Punset o Jorge Bucay y quemarlos sin compasión ninguna.Como yo no gasto de esas perniciosas lecturas voy a ver si adopto una actitud más plebeya y me dejo de tanta conachada.


Puaagh