viernes, 25 de septiembre de 2015

Walden Dos, Skinner y bichejos homínidos y no homínidos



En segundo de B.U.P. teníamos una asignatura de filosofía. Nos daban a elegir leer entre tres libros, que recuerde "El guardián entre el centeno" de Salinger, "El señor de las moscas" de Golding y "Walden Dos" de Skinner. Yo elegí el último sin saber de qué iba por el mero hecho de que el resto de los compañeros de clase se distribuyeron entre las otras dos elecciones (no se de dónde me viene esta actitud de contreras pero parece que no vino después de leer a Gustavo Bueno, quien siempre dice aquello de que pensar es pensar contra alguien). El caso es que fue una lectura de provecho y recuerdo que, al exponerlo en clase, la profesora (que era del Opus Dei) me insistió mucho en el tema de la libertad que Skinner niega en el libro. Pero en fin, esto no es la cuestión. 

A lo que iba es que ese fue -y es- un libro imprescindible para mí, necesario, pero que al mismo tiempo me hizo inclinarme por ciertas ideas mecanicistas. Tanta insistencia de Skinner con la objetividad hizo que durante años incluso creyese con fuerza que estaba negando la existencia de cognición por el hecho de no ser observable. En realidad no es raro, he tenido la desgracia de leer artículos e incluso manuales que, al tratar del condicionamiento operante, incurrían en esa misma confusión, lo que me hace sospechar que las cabezas de muchos académicos no están para muchos trotes. Pero, como se me hizo evidente después, lo que Skinner negaba en el plano gnoseológico, no lo negaba en el ontológico

Pero dejemos los desbarres filosóficos. O bueno, no los dejemos, volvamos al mecanicismo que es por donde yo quería ir. En esos tiempos yo tenía una acusada vena cartesiana y creía poco más que los animales eran máquinas. En realidad podría decirse que pensaba algo parecido de los animales humanos, por lo dicho de Skinner, claro. Esto es interesante porque quiere decir que gracias a la centrifugación que obró en mí "Walden Dos" puedo decir con "orgullo y satisfacción" que no caí en las garras del así llamado "humanismo". Y eso porque bichos humanos y no humanos estaban igualados para mí, aunque fuese en igualdad de ausencia de mente. 
A día de hoy creo justamente la inversa. Todos los bichos somos iguales en cuanto a que tenemos "mente". Por lo menos los bichos con un sistema nervioso complicadito. Esto es lo que nos han demostrado los etólogos (Skinner en su día se dio sonoros bofetones con ellos, bendito sea) por lo menos. Ahora bien, la particularidad de mi skinnerianismo galopante es que no sólo me alejó del humanismo, sino que ahora me mantiene alejado también del no menos bobalicón "animalismo"

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